Hace algún tiempo leí esto en un Proyecto de Educación de la Junta de Andalucía:
“Proponemos una metodología activa y participativa. Serán los/as propios/as alumnos/as los/as encargados/as de recopilar información y desarrollar los debates y actividades, siendo el papel del tutor/a el de moderador/a y asesor/a”.
En documentos oficiales, encabezamientos del tipo: “Queridos padres/madres…” “Estimados profesores/profesoras…” “…ciudadanos y ciudadanas…” son engorrosamente habituales, así como en el lenguaje utilizado por “mis queridos y queridas compañeros y compañeras profesores y profesoras en general, y por los orientadores y orientadoras, psicólogos y psicólogas, en particular” de tantos centros educativos. Y yo, absorto y con el corazón encogido, me pregunto: ¿por qué esta costumbre de hacer explícita la alusión a ambos sexos?
El problema reside en un concepto erróneo de lo que es el género gramatical, el cual suele confundirse con otro concepto: el sexo. El género es un rasgo gramatical de algunas palabras que las permite clasificar en masculinas o femeninas (y, en algunas lenguas, también en neutras). El sexo, por su parte, es un rasgo biológico de los seres vivos. Por tanto, las palabras tienen género (no sexo) y los seres vivos tienen sexo (no género). Es un error pensar que el género gramatical transmite de forma prioritaria información sobre el sexo del objeto designado. En la mayor parte de los sustantivos el género es un rasgo inherente, sin referencia al sexo: la palabra “mesa” es femenina y, evidentemente, no es de sexo femenino. Sólo cuando el sustantivo se refiere a entidades sexuadas o seres animados, se establece una forma específica para cada uno de los dos géneros gramaticales, en correspondencia con la distinción biológica de sexos: niño/niña, príncipe/princesa, hombre/mujer (sustantivos heterónimos). Lo que se debe saber es que en estos sustantivos sexuados, el masculino, como género gramatical, se puede emplear tanto para referirse a los individuos de sexo masculino como a todos los individuos sin distinción de sexo. De esta manera, en una oración como “Los hombres son mortales”, las mujeres no quedan excluidas de la referencia de la palabra “hombres”, pues con esta palabra, de género gramatical masculino, nos estamos refiriendo a toda la clase humana, a todos los individuos de sexo masculino y femenino. Lo mismo sucede en “Los alumnos no deben salir del centro”, “Los padres deben implicarse en la educación de sus hijos” o “Los ciudadanos han de pagar sus impuestos”. Asimismo, también hay sustantivos de género femenino para referirse a un conjunto de individuos sin especificación sexual: “Acudieron miles de personas a la manifestación”. Y lo mismo sucede con algunos de los llamados sustantivos epicenos: jirafa, hormiga, araña…
¿Es, por lo tanto, necesario decir “Los hombres y las mujeres son mortales”, “Los alumnos y las alumnas no deben salir del centro”, “Los padres y las madres deben implicarse en la educación de sus hijos e hijas”…? Tal y como señala el Diccionario Panhispánico de Dudas de la RAE, “se olvida que en la lengua está prevista la posibilidad de referirse a colectivos mixtos a través del género gramatical masculino, posibilidad en la que no debe verse intención discriminatoria alguna, sino la aplicación de la ley lingüística de la economía expresiva”, esto es, decir más con menos medios. Sólo en aquellos casos en que sea pertinente establecer la diferenciación sexual, se nombrarán los seres con ambos géneros: “La proporción de alumnas y alumnos en las aulas se ha ido invirtiendo progresivamente” o “En las actividades deportivas deberán participar por igual alumnos y alumnas” (ejemplos extraídos del Diccionario panhispánico) En los demás casos, la repetición innecesaria resulta pesada estilísticamente e incorrecta desde un punto de vista gramatical. Tal y como señala Víctor García de la Concha, director de la RAE, “esa fórmula la han promovido los grupos feministas, que pretenden hacer, como dicen, visible la figura de la mujer”. Hoy está extendido este, para mí, “vicio lingüístico”, no solo entre los maestros y profesores (me niego a decir “y entre maestras y profesoras”), sino entre los responsables de la planificación educativa en este país, en pro de una escuela que procura la igualdad real entre sexos. ¿Se habla de manera discriminatoria para la mujer al decir “Los alumnos aprobados irán de viaje próximamente”? Una cosa es la corrección política y otra la corrección lingüística. “Los mismos que dicen “los vascos y las vascas” dicen “ayer fui con unos amigos a cenar”. ¿Por qué? Porque no tienen un micrófono delante. Tiene algo de código artificial” (Ignacio Bosque, académico de la lengua, en EL PAÍS, 4 diciembre de 2009)
Para evitar estas aburridas repeticiones, últimamente algunos han tenido la ocurrencia de utilizar el símbolo de la arroba para referirse en una sola palabra al masculino y al femenino, pues se interpreta que dentro del signo @ se encuentra la “a” y la “o” a la vez. De esta forma, podemos leer engendros del tipo: “Querid@s compañer@s”. Y yo, obnubilado de nuevo, me vuelvo a preguntar: ¿Desde cuándo el signo @ es una letra de nuestro abecedario? Que yo sepa, la arroba es un símbolo informático, no un signo lingüístico.
Sinceramente, no creo que se cometa un acto de sexismo lingüístico al no practicar un desdoblamiento generalizado de género en las palabras. A mí, además de agramatical e innecesaria, me parece impronunciable una oración como la que he puesto al comenzar este artículo o “Los/Las alumnos/alumnas aprobados/aprobadas irán de viaje próximamente”. El hecho de que en la mayoría de los sustantivos sexuados se utilice el género masculino como género no marcado, es decir, como género referido a una clase de individuos sin distinción de sexo, se debe a razones históricas, procedentes del latín, y nada tiene que ver con el uso sexista del lenguaje. Eduquemos en la igualdad de sexos, sí, pero no mezclemos la gramática con ciertas decisiones demagógicas de carácter político y social.